La paz en la Tierra comienza con la vida.
Por el Padre Shenan J. Boquet – Presidente de Vida Humana Internacional.
Publicado el 13 de enero del 2025.
Durante el Ángelus antes del día de Navidad, el Papa Francisco recordó al mundo que “ningún niño es un error, un niño es un don de vida”. El Santo Padre continuó con este mensaje durante su homilía del día de Año Nuevo, donde pidió “un compromiso firme para promover el respeto a la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural”. El Papa advirtió que los desafíos modernos que enfrenta la vida humana y “la base para construir una cultura de paz” solo pueden resolverse protegiendo y sirviendo a cada vida “nacida de mujer”.
El mensaje del Santo Padre coincidió con un artículo reciente de la publicación Breitbart que informa que el aborto fue la principal causa de muerte en todo el mundo en 2024. Citando datos de Worldometer (Odometro mundial), que basa sus estadísticas en informes gubernamentales, y organizaciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que más de 73 millones de niños no nacidos murieron por aborto el año pasado. Según la OMS, "seis de cada 10 (61%) de todos los embarazos no deseados, y 3 de cada 10 (29%) de todos los embarazos, terminan en aborto inducido".
Según los datos, de los 140 millones de personas nacidas y no nacidas que murieron en 2024 en todo el mundo, el aborto representó casi el 52% de cada muerte, lo que lo convierte en la principal causa de muerte.
Esperanza en el año nuevo.
Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional
Publicado el 30 de diciembre del 2024.
“Si no tenemos paz es porque hemos olvidado que nos pertenecemos unos a otros.”
Santa Teresa de Calcuta.
El Año Jubilar comenzó en la víspera de Navidad con la apertura por parte del Papa Francisco de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro. Un año jubilar, que se celebra cada veinticinco años, sirve tanto para recordar como para animar a todos los católicos (en realidad, a todos los pueblos) a dedicar su atención a la renovación de su relación con Dios y con el prójimo. En la bula denominada Spes Non Confudit, que anuncia el Año Jubilar, el Santo Padre expresó su deseo de que el Jubileo sea un momento de auténtico encuentro personal con el Señor Jesús, que se vuelva la puerta (Juan 10,7.9) de nuestra salvación, a quien la Iglesia tiene el encargo de anunciar siempre, en todas partes y a todos como “nuestra esperanza” (1 Tomas 1,1).
En medio de las guerras, la violencia, la agitación política, la injusticia y la indiferencia ante el valor incomparable de la vida humana, el Papa quiere que el Jubileo se viva como un año de esperanza, un tiempo para no sólo renovar el compromiso con el amor de Dios sino también con el amor al prójimo, para ser signos tangibles de esperanza para aquellos hermanos y hermanas nuestros que experimentan dificultades de cualquier tipo. Los Evangelios están repletos de ejemplos de cómo el Señor espera que actúen sus discípulos, enseñándonos que nuestras decisiones concretas reflejan nuestro amor a Dios y cómo vivimos y tratamos a los demás.
La obediencia a los Mandamientos y a las enseñanzas de Jesús, por ejemplo, son a la vez signo y prueba de nuestro amor a Dios: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (Juan 14,15). En la parábola del buen samaritano (Lucas 10,25-37), aprendemos que «amor» es una palabra que exige acción: ver la situación o la necesidad del prójimo y responder con cuidado y compasión.
E infundidos en el temor santo (es decir, el amor a Dios), porque seremos responsables ante Dios de nuestras acciones como se enseña en “El juicio de las naciones” (Mateo 25:31-46), nos comprometemos a vivir una vida santa, a vivir con rectitud a los ojos de Dios. Jesús nos dice, después de todo, que se nos recordarán las situaciones en las que lo vimos en quienes nos rodeaban y ayudamos o no hicimos nada: “en” los vulnerables y débiles, los no nacidos, los ancianos, los enfermos o moribundos, o “entre” los pobres, hambrientos, desnudos, sin hogar, etc. Y preguntaremos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento?”
Y Jesús dirá: “En verdad os digo que lo que no hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis”.
La dignidad humana en el nacimiento de Cristo.
Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional
Publicado el 23 de diciembre del 2024.
“Qué precioso debe ser el hombre a los ojos del Creador, si ha obtenido un Redentor tan grande, y si Dios entregó a su Hijo único para que el hombre no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Papa San Juan Pablo II, Redemptor Hominis, Nro. 10
La Navidad es la celebración del don más preciado de la vida: el nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El Evangelio de San Juan expresa el motivo de nuestra celebración y por qué miles de millones de personas honran su nacimiento: “Porque tanto amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo único, para que todo el que crea en EL no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16). Jesucristo es la prueba definitiva de que Dios se preocupa, dando a su Hijo único para nuestra salvación, derramando sin reservas su bondad, misericordia y amor.
El nacimiento de Jesús es una llamada apremiante a responder al gran amor de Dios por nosotros. “Si es verdad que Dios nos ha creado, que nos ha redimido, que nos ama tanto que ha entregado a su Hijo único por nosotros”, dice san Josemaría Escrivá, entonces “¿cómo podemos dudar de que Él quiere que le respondamos con todo nuestro amor?” (Amigos de Dios, 251). La historia de Jesús debe verse desde esta perspectiva. Éste es el corazón de Dios, que anhela nuestra amistad.
Por un momento, en Navidad, el mundo se detiene y ofrece algún reconocimiento del nacimiento de Jesús (servicios religiosos, festividades, luces y oropel), pero a menudo hace oídos sordos al mensaje central de Aquel que “vino para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Juan 10:10), quien “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
Solo cuando se internaliza el verdadero significado de la Navidad (por qué Dios se hizo hombre) podemos comprender plenamente su poder transformador sobre nosotros y nuestra relación con los demás.
El mensaje provida y nuestra señora de Guadalupe.
Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional
Publicado el 16 de diciembre del 2024
El 12 de diciembre la Iglesia Católica celebró la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de las Américas y de los No Nacidos. ¡Cuán desesperadamente necesita la sociedad moderna las profundas verdades contenidas en esta aparición de Nuestra Señora, un mensaje de oración, amor y compasión!
En el amor maternal de María encontramos el coraje para emular su fe y la fuerza para proceder con confianza, sabiendo que Dios superará las barreras aparentemente insuperables que enfrentamos en la vida y en el mundo de hoy. Su mensaje sigue siendo relevante, especialmente en la sociedad y la cultura occidental que están “heridas por la predicación activa de un ateísmo práctico y pragmático”, dice el Papa Francisco. En medio de esta agitación moderna y el campo de batalla cultural, “María quiere quedarse con nosotros. Nos ruega que le permitamos ser nuestra madre, que abramos nuestras vidas a su Hijo Jesús y que acojamos su mensaje para aprender a amar como Él”.
La Virgen está flanqueada a la izquierda por San Juan Bautista y a la derecha por el obispo Zumárraga. Pintor Miguel Cabrera.
Apariciones que provocan conversión.
En el año 1531, la Santísima Madre se le apareció a un humilde campesino nahua de ascendencia azteca llamado Juan Diego Cuauhtlatoatzin. En ese momento, la religión azteca estaba en auge en México. En esta aparición, María aparece en la forma de una madre embarazada, la única aparición en la que esto ocurre. En su vientre está el Cristo no nacido, el Salvador del mundo. Su presencia de esta manera proclama la santidad y la bienaventuranza de la vida dentro del útero y comunica la alegría y el asombro con lo que debemos acercarnos al don de la vida. En contradicción con la civilización azteca que tenía una larga historia de práctica del sacrificio humano, que incluía a los niños, la presencia de María ofreció una nueva visión y esperanza para una cultura que durante mucho tiempo había devaluado la vida humana y había vivido con miedo.
En contraste con los dioses sanguinarios de los aztecas, encontramos la imagen de una mujer, embarazada de una nueva vida, que señala el sacrificio de su Hijo, que dio su sangre para la salvación de todos, ofrecida como un don gratuito, accesible a través del arrepentimiento, la fe y el bautismo. A raíz de la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe a Juan Diego, la religión cristiana se extendió como un reguero de pólvora y millones de indígenas se convirtieron a la fe cristiana en las décadas siguientes, lo que marcó un punto de inflexión en la historia de México. Juan Diego y su esposa estuvieron entre los primeros aztecas en ser bautizados, abrazando una religión que difería radicalmente de la que seguía su propio pueblo.
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