“Aunque uno viva setenta años, y el más robusto hasta ochenta, la mayor parte son fatiga inútil porque pasan a prisa y vuelan” (Salmo 90)
A ustedes, personas de edad, todos deberíamos dirigirnos con respeto y afecto, encontrando en sus vidas una fuente de sabiduría que a la par de los años se ha ido acumulando no solo en el cuerpo sino ante todo en el alma. Por ello es que resulta verdaderamente estremecedor el encontrar a los ancianos olvidados hoy, que no es algo novedoso en sí, pero la intensidad y frecuencia de estas acciones deberían sin duda alertarnos de un enfriamiento del alma y del corazón.
Antaño las familias numerosas reconocían en ustedes, los ancianos, la dedicación por formarles, por procurarles lo necesario. Al final de la vida como corona eran no solo reconocidos sino acompañados, algo no muy usual hoy día pues vemos familias pequeñas, incapaces de encontrar un espacio en la agenda para el cariño y cuidado de los ancianos, esta fractura permite el paso de una indiferencia pronunciada en los más jóvenes que ven en los abuelos una carga más que una bendición.
La mentalidad del descarte se ha dedicado a convencer a la humanidad de la desafortunada llegada de los años. Es desesperanzador este planteamiento y por ello les invito a la reflexión acerca de quiénes son nuestros ancianos, tratando de ayudarnos a recuperar su importancia en nuestras familias, comunidades y parroquias.
“Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano" (Lv 19, 32). Recuerdo que de joven en misiones con los grupos náhuatl descubrí el inmenso don de los ancianos, con temor de equivocarme en la escritura recuerdo a los “huehuenses”, abuelos, que dirigían a las comunidades que teníamos el honor de visitar. La veneración y la atención que les prodigaban eran impactantes.
De vuelta a la realidad de la sociedad consumista y saturada de actividades, el papel de los abuelos se convirtió en una carga demasiado pesada…no solo no se les venera sino que además se les considera un estorbo.
Como si las enfermedades, los dolores, fueran la carga más pesada en la balanza contra la sabiduría, las historias, la experiencia, el cariño, la entrega, que nos proporcionan y proporcionaron.
Es muy necesario retomar la verdad acerca de quiénes son y lo que representan en nuestras familias y comunidades. Nuestro deber grave hacia ellos es acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades. La edad siempre se siente un poco menos pesada cuando a la par del debilitamiento de las fuerzas se impone el sentimiento de respeto y amor de los más jóvenes, y el trato digno, apresurado y agradecido de los hijos.
Que bien cuando encontramos en las personas de edad la fortaleza de los años y la ilusión del servicio. Es admirable e inyecta esperanza en las generaciones más jóvenes ese deseo de vivir de los ancianos.
Pero no solo es el cuerpo el que corresponde al hombre o la mujer de edad, el espíritu parece asociar los años a una entrega más completa a la Fe. Sumando que las responsabilidades de criar a una familia o dirigir el sustento disminuyen o desaparecen. El alma nunca deja de buscar a Dios, y se orienta hacia lo eterno, por ello las actividades de las parroquias deberían también considerarles, ¡están ahí!, pequeños pasos para una pastoral de ancianos, para un acompañamiento a quienes nos han entregado, ya, sus vidas.
San Gregorio Nacianceno escribió: "no envejecerá en el espíritu: aceptará la disolución del cuerpo como el momento establecido para la necesaria libertad. Dulcemente transmigrará hacia el más allá donde nadie es inmaduro o viejo, sino que todos son perfectos en la edad espiritual”. Es vigorizante encontrar ancianos con una fuerza de espíritu edificante, su trato con exquisitez de alma, siempre es un consuelo y un aliento.
Que bien se está con ustedes, con sus almas jóvenes que enseñan tanto de la vida, de la familia y de Dios, con cuanto gusto nos acercábamos a escucharles, con cuanto asombro recuerdan las historias más simples acerca del crecimiento de cada uno de nosotros. Escucharles es abrir un baúl de fotografías, cuentos, leyendas, bodas, nacimientos, funerales, sonrisas, bailes, graduaciones, paseos en el campo, pasteles caseros, juegos, carreras…vida.
Ahora que la tecnología es capaz de alargar vidas, porque quería el ser humano estar más en esta tierra, esas memorias, esos recuerdos parecen estar en peligro. No exagera la expresión de Evangelii Gaudium 53: “esa economía mata” cuando se refiere a la triste expresión con la que la cultura de la muerte descarta a los ancianos-y no solo a ellos-la vida humana al final de su tiempo terrenal está en peligro, por un criterio de utilidad y competencia que siendo legitimo en muchos campos es inaceptable e injusto en el área de la humanidad, de la dignidad de la vida.
Justo es que peleemos cada momento que podamos estar con ellos, y aunque el corazón y la razón dirigen la atención meritoria hacia nuestros ancianos de forma cercana, familiar, -y apremio a intentarlo a pesar de los “es que…” que nos inventamos y enfrentamos- es verdad que las residencias de ancianos o asilos son un bien en tanto ellos pueden sin duda gozar de la compañía de otros y establecer nuevas y motivadas relaciones, mas no para olvidarlos ahí.
En este año de la vida consagrada y en este tema específico es necesario también recordar a las mujeres y hombres dedicados en cuerpo y alma a nuestro bien, -tanto material como espiritual- las historias que nos cuentan son quizá distintas a las que nos cuentan nuestros abuelos, pero no por eso menos agradables o intensamente benéficas, es necesario agradecer a ellos y ellas también el espacio en sus vidas para guiarnos a la vida eterna.
No todos los ancianos tienen familia, no todos se encuentran en condiciones adecuadas de salud o cuidados, los ancianos no “pertenecen” a un grupo social o familiar, como no lo hace ningún ser humano, somos todos, sin distinción dependientes y necesarios unos de otros, y, entre más vulnerables, mayor nuestra obligación de cuidados hacia ellos. Aquellos que se encuentran en precariedad, en sufrimiento, enfermedad, soledad, necesidad cualquiera, son aquellos que más nos preocupan y a quienes nuestra oración y nuestra voluntad debe dirigirse con intensidad.
"Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia " (Sal 15 [16], 11)
Queridos ancianos, ustedes han formado su historia, han surcado la tierra, andado sus propios caminos, su historia es nuestra historia también y el libro de la vida que han comenzado no termina en ustedes, lo saben, sino que las páginas que añadimos dan “grosor” a su existencia, y por ello podemos sin duda dar gracias al Señor por los beneficios recibidos, podemos y tenemos el deber grave de llenar sus vidas de esperanza, de dignidad. Sus vidas son testamento de voluntad. Y gracias a ellas podemos con gusto y verdad, los que les seguimos, decir a los jóvenes llenos de vida y ambición que una vida sin sentido, sin humanitarismo, sin Fe, sin amor, carece de todo sentido.
No se queden sin compartirnos ese testimonio valiosísimo de vida, nos desechen la oportunidad de seguir creando comunidad y vida, tengan paciencia ustedes también, a esta convulsión de los años actuales, hacia la juventud y nuestros errores, sean tenaces en la enseñanza de la Verdad y la Justicia, su misión no termina con los años, solo cambia de perspectiva, son necesarios, son evidentemente necesarios en un mundo que deshecha el dolor o la Cruz. No pierdan la fe en la humanidad, unan sus voces a los coros angélicos pidiendo a Dios con su testimonio que resurja una cultura de lo humano, una cultura de la Vida.