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Papa Francisco: ¡Europa despierta!

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Miguel Manzanera SJ

El día 25 de noviembre de 2014 el Papa Francisco pronunció un denso discurso en el Europarlamento que ha marcado un hito histórico en la marcha del órgano supremo de la Unión Europea. De manera valiente y precisa el Papa insistió en la necesidad de revitalizar a Europa a la que calificó de “anciana que ya no es fértil ni vivaz”. El mensaje de esperanza y aliento subrayó la confianza de que las dificultades pueden convertirse en fuerte promotoras de unidad para vencer todos los miedos. Recogemos algunos puntos más sobresalientes del discurso acogido con numerosos y largos aplausos.

El Pontífice señaló los miedos y los errores del viejo continente y animó a no perder de vista el rumbo esencial de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía sino a la sacralidad de la persona humana”. “Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe”.

Francisco subrayó “la dignidad transcendente” de toda persona desde la concepción hasta la muerte. Creer en esa dignidad es la base de la defensa de los derechos humanos. Por eso, al tiempo que aplaudía los esfuerzos de la Unión Europea, el Papa hizo notar que “persisten demasiadas situaciones en las que los seres humanos son tratados como objetos, de los cuales se puede programar la concepción, la configuración y la utilidad, y que después pueden ser desechados cuando ya no sirven, por ser débiles, enfermos o ancianos”.

El Papa condenó el economicismo que reduce las personas a elementos de producción o de consumo y se refirió a la “cultura del descarte” y del “consumismo exasperado”. Cuando la vida ya no sirve a dicho mecanismo se la descarta sin tantos reparos, como en el caso de los enfermos terminales, de los ancianos abandonados y sin atenciones, o de los niños asesinados antes de nacer”.

Los parlamentarios deben “preocuparse de la fragilidad de los pueblos y de las personas. Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura, lucha y fecundidad, en medio de un modelo funcionalista y privatista que conduce inexorablemente a la “cultura del descarte”. Por ello hay que afirmar la dignidad de la persona reconociendo el valor de la vida humana que se nos da gratuitamente y, por eso, no puede ser objeto de intercambio o de comercio”.

Para devolver la esperanza al futuro hay que despertar en las jóvenes generaciones la confianza para “conseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y emprendedora, respetuosa de los derechos y consciente de los propios deberes”. Para ello el Papa insistió en que hay que unir una doble visión hacia el cielo y hacia la tierra. “El cielo indica la apertura a lo trascendente, a Dios, que ha caracterizado desde siempre al hombre europeo, y la tierra representa su capacidad práctica y concreta de afrontar las situaciones y los problemas”.

Los pasajes más profundos del discurso papal se centraron en la dignidad trascendente del hombre, esa “innata capacidad de distinguir el bien del mal, esa brújula inscrita en nuestros corazones y que Dios ha impreso en el universo creado”, mirando al hombre “no como un absoluto, sino como un ser relacional” para superar el drama de la soledad en que viven ya tantas personas. Europa debe abrirse a la dimensión trascendente de la vida para no perder lentamente la propia alma y también aquel “espíritu humanista” que, sin embargo, ama y defiende.

El Papa se refirió también a los “errores que pueden nacer de una mala comprensión de los derechos humanos y de un paradójico mal uso de los mismos”. Entre ellos subrayó “la tendencia hacia una reivindicación siempre más amplia de los derechos individuales, que esconde una concepción de persona humana desligada de todo contexto social y antropológico”.

Otro error consiste en que “el concepto de derecho ya no se asocia al deber, igualmente esencial y complementario”. Para contrarrestar ese error hay que “profundizar hoy en una cultura de los derechos humanos que pueda unir sabiamente la dimensión individual, o mejor, personal, con la del bien común”. Pasando al plano concreto de la política, el Santo Padre hizo notar que “esa soledad se ha agudizado por la crisis económica” y “en el curso de los últimos años, junto al proceso de ampliación de la Unión Europea, ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes”.

Concluyó el Papa subrayando que es “la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente”. Ha llegado el momento de “promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira, defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad”.