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Falacia del “suicidio digno”

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Autor: Miguel Manzanera SJ


Precisamente en los días en que la Iglesia Católica conmemora a todos los santos y a los difuntos, saltó a los medios de comunicación  la noticia del fallecimiento de Brittany Maynard, una estadounidense de 29 años, aquejada de un cáncer cerebral diagnosticado era incurable. En realidad fue un suicidio asistido con la ayuda de un médico que le proporcionó una dosis letal de barbitúricos. Sucedió en Oregon, uno de los 5 estados que no penaliza el suicidio asistido.

 

Ha llamado mucho la atención la amplia cobertura mediática que se ha tenido la noticia. La mujer y su esposo viajaron varios meses antes a diversas partes del mundo a gozar de lugares y paisajes espectaculares. Al mismo tiempo Brittany apareció en las redes sociales explicando las razones de su decisión. Quiso suprimir la etapa final de su enfermedad con las consiguientes molestias y dolores. También pretendía evitar el sufrimiento de su esposo y de otros parientes y, además, ahorrar los costosos gastos clínicos. Antes de morir organizó un acto de despedida con familiares y amistades.


No pretendemos emitir un juicio ético sobre la decisión personal de Brittany. Las personas con diagnósticos médicos terminales frecuentemente atraviesan situaciones psicológicas muy delicadas con crisis de ansiedad y desesperación que obviamente condicionan la propia voluntad. Dios en su misericordia habrá dado su veredicto final sobre la conciencia y la libertad de Brittany.

 

Sin embargo llama la atención su afiliación a “Compasión y Elecciones” (Compassion & Choices). Esta organización promueve en Estados Unidos la campaña por el derecho a “ayudar a morir”, eufemismo para designar al suicidio asistido, como una opción abierta, legítima y reconocida en todo el campo médico. Esta organización ha utilizado a Brittany para presentar el suicidio asistido como un acto digno a imitar. Muchas personas en situaciones similares se sentirán incluso obligadas para ahorrar gastos a sus familiares y a la seguridad social.

 

Detrás de esta campaña late una ideología que considera la vida humana como un lapso de tiempo sin ninguna proyección más allá de la muerte. Por lo tanto la vida tiene sentido únicamente mientras se pueda disfrutar de ella. Se quiere ensalzar la libertad humana hasta el absurdo de que en nombre de la libertad  se llega a anular la misma libertad, Con ello la vida humana pierde su valor profundo y termina siendo un “sin sentido”. ¿Por qué luchar por ser justo y solidario? ¿Por qué amar y sacrificarse por otros, si el final del ser humano es como el de los animales?

 

De hecho la cultura de la muerte está creciendo tal como muestra el preocupante aumento de la violencia asesina y también de los suicidios. Las estadísticas muestran el creciente número de suicidios por falta de recursos económicos, por fracasos escolares o amorosos y ahora por enfermedades terminales. La Iglesia Católica, a través de Mons. Silvano M. Tomasi, su representante ante la ONU en Ginebra, ha llamado la atención sobre el progresivo aumento de casos de personas que son 'ayudadas' a morir, subrayando la ventaja de ahorrar gastos públicos en salud en estos tiempos de crisis económica.

 

El suicidio, en la medida en que sea un acto consciente y libre, encierra una gran contradicción, ya que el suicida, en nombre del derecho a la libertad, anula totalmente su libertad. Equivale a decir: “Soy libre para quitarme la libertad”. En el fondo el suicida ha perdido el sentido profundo de la vida terrena como posibilidad de hacer el bien y ganar la vida eterna.

 

Las personas en estado terminal mantienen su dignidad y deben ser atendidas con los cuidados mínimos reconocidos en muchos códigos éticos. Además se les debe facilitar los cuidados paliativos. Esta rama de la medicina suprime o al menos alivia el dolor de los enfermos con resultados muy significativos. Incluso se considera ético administrar en casos extremos la llamada “sedación terminal”, previendo que el paciente pueda morir sin recobrar su conciencia.

 

La Iglesia alienta a los familiares y también a la sociedad para que los pacientes sientan el aprecio y el cariño tan necesarios en los momentos finales de la vida. Pero, además, quiere que quienes lo soliciten reciban una atención pastoral y espiritual para bien morir, incluyendo la oración y los sacramentos de la confesión, comunión y unción del enfermo.

 

La visión cristiana de la vida ayuda a no caer en la tentación e incluso en la obligación de suicidarse que sienten las personas con enfermedades graves terminales o simplemente por la ancianidad. Dios es el autor de la vida y sólo Él puede quitarla. El Papa San Juan Pablo II en varíos escritos y en su misma muerte ha mostrado claramente que la vida terrena es un paso a la vida eterna de inmortalidad y resurrección. Siguiendo el ejemplo de Jesús, que ofreció su vida por la redención del mundo, las personas enfermas pueden unirse a Él y ofrecer sus dolores y sufrimientos con esa intención.

 

De igual manera la Virgen María y otros santos pueden hacer viva la presencia de Dios que no nos abandona en los últimos momentos de  nuestra vida sino que nos acompañe hacia la felicidad del más allá, integrando la familia humana con la Familia Divina.  Con ello se despierta una mayor solidaridad con las personas que sufren o están cercanas a morir para acompañarlas tanto corporal como espiritualmente.