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Nacimiento e Inmortalidad

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Por Donald DeMarco, Ph. D.
Miembro de la Academia Pontificia por la Vida. Colaborador Senior de Human Life International




El poeta y místico hindú, Sir Rabindranath Tagore comentó que "todo niño viene con el mensaje de que Dios no se desanima del hombre." Cada nuevo hijo llega como un nuevo comienzo, un destello de esperanza, una luz para un mundo en tinieblas. Cada nacimiento es un signo de un Dios que sigue creyendo en el hombre. Del mismo modo, el poeta norteamericano Carl Sandburg ha declarado que "Un bebé es la opinión de Dios de que el mundo debe continuar." A pesar de todas las locuras de un mundo cansado, Dios no ha abandonado al hombre y expresa su confianza en él mediante la actualización del mundo con una nueva vida.

La mortalidad es algo que se construye en la propia carne de cada ser humano. Cuando las personas envejecen, sus cuerpos muestran inevitablemente los signos de decaimiento. La muerte no es más que una cuestión de tiempo. Pero ¿cómo es posible que cuando las personas procrean, no legan a su descendencia su edad? La nueva vida humana comienza fresca e inmaculada, como el primer día de la creación. De alguna manera, el nuevo ser humano está a salvo de los estragos del tiempo y la edad de sus padres. Cuando la oveja, llamada Dolly, fue clonada, en 1996, algunos pensaron que esto sería una manera de lograr una especie de inmortalidad celular. Pero Dolly nació evidentemente vieja y mostró un prematuro envejecimiento antes de ser sacrificada a los 6 años, irónicamente, en el Día de San Valentín. 

Dolly fue clonada utilizando una somática o célula del organismo. La procreación tiene lugar cuando dos células sexuales, un gameto masculino y un gameto femenino, se fusionan y forman un solo ser humano. Este es, al menos, una imagen de la inmortalidad ya que una generación tras otra puede procrear seres humanos sin dotarlas de su misma edad. Los hijos son realmente más jóvenes que sus padres. No son "chips del viejo bloque ", sino que son nuevos "bloques" en sí mismos. Los padres otorgan a sus hijos su ADN, pero no su edad. Las células sexuales, por lo tanto, pueden hacer algo que las células somáticas no pueden hacer, es decir, empezar una nueva vida en su originalidad prístina y pura. Sin esta capacidad de procrear verdaderamente nueva vida, la raza humana no habría durado más de una generación. Es un misterio por qué las células sexuales pueden iniciar una nueva vida una y otra vez sin que tengan fecha de caducidad. Las generaciones, al menos desde un punto de vista biológico, pueden seguir procreando sin sus progenitores sufran ninguna disminución. Es un ejemplo espectacular de cómo la madre naturaleza es capaz de mantener a raya el Padre Tiempo.



Fedor Dostoevsky, conciente de la frescura y la inocencia de la nueva vida, exhortó a sus semejantes a amar especialmente a los niños, porque ellos son como ángeles sin pecado; ellos viven para ablandar y purificar nuestros corazones, y de alguna manera para guiarnos. “Los niños pequeños parecen haber llegado de una realidad diferente, de una especie de Reino Bendito, donde sus habitantes no conocen la edad ni el pecado. Hacen mucho más fácil para nosotros el creer en el cielo. Al mismo tiempo anuncian al mundo el mensaje de Dios sobre esperanza y fe en el hombre. E incrementan nuestro amor. Dar la bienvenida a los bebés es como dar la bienvenida a un invitado del paraíso.

Una madre que sostiene a su hijo y piensa para sí, ¿De dónde es que vienes pequeño? “No puedo creer que seas solamente la simple fusión de dos gametos” “¡Cómo estas formado exquisitamente en cada precioso detalle!” Quizá como dijo Kahlil Gribran: “Sus niños no son sus niños. Ellos son los hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma. Nuestros hijos son hijos que vienen a través de nosotros, pero que son de Dios, que es a la vez el autor y la esencia de la vida.

Sin embargo estos pequeños emisarios de valor no son siempre considerados como tales. A menudo son malinterpretados como cargas. Entonces su mensaje se extingue antes de que pueda ser entendido. Existe un viejo mito acerca de las aves, que alguna vez no tuvieron alas. Una noche mientras dormían, Dios concedió alas en sus cuerpos. Pero las aves estaban molestas y se quejaron de esos extraños apéndices como cargas terribles. Exigieron que fueran liberadas de una vez de esos terribles inconvenientes. Pero Dios les dijo, “Si tan solo pudieran levantar sus cargas, verían que son capaces de volar.”

Traducido por Cecilia Rodríguez Galván, Coordinadora Voluntaria de REDESSVIDA en Aguascalientes, México