Por el Padre Shenan J. Boquet – presidente de Vida Humana Internacional.
Publicado el 24 de febrero del 2025.
Tal vez recuerden que, durante las elecciones nacionales (en EUA) de noviembre de 2024, entre las diversas iniciativas de votación estatales, el estado de Virginia Occidental estableció una prohibición constitucional del suicidio asistido. La Enmienda 1 dejó en claro que “ninguna persona, médico o proveedor de atención médica en el estado de Virginia Occidental participará en la práctica del suicidio médicamente asistido, la eutanasia o la eutanasia por piedad de una persona”.
Esta fue una victoria pró-vida de la que muchos no se enteraron en las noticias nacionales porque va en contra de una narrativa anti-vida creciente que celebra la “elección” y el “control”. Los habitantes de Virginia Occidental no solo rechazaron la mentalidad de la eutanasia y el suicidio asistido, sino que su estado fue el primer estado en proteger proactivamente a todos sus ciudadanos de esta tendencia peligrosa y potencialmente mortal.
Me complace decir que recientemente otro estado ha tomado medidas para fortalecer aún más su protección de la vida humana, especialmente de los ancianos, los enfermos terminales y los moribundos. El 7 de febrero, el Senado del Estado de Montana votó para aprobar el Proyecto de Ley Senatorial 136 que prohíbe el “consentimiento” como defensa para el suicidio asistido por un médico. La SB 136 establece que:
…la ayuda médica para morir va en contra del orden público, y el consentimiento del paciente a la ayuda médica para morir no constituye una defensa ante un cargo de homicidio contra el médico que lo ayudó.
Aunque el suicidio asistido es ilegal en Montana, en 2009 una decisión de la Corte Suprema del Estado dijo que el consentimiento puede usarse como defensa para permitir la práctica.
Básicamente, bajo el enfoque actual, un médico de Montana simplemente debe probar que hubo consentimiento dado por el paciente que “elige libremente” morir por suicidio asistido. La SB 136, si se convierte en ley, eliminaría esta laguna arbitraria, que coloca a los vulnerables en grave peligro.
Los defensores del suicidio asistido en Montana afirman que la práctica es legal y que el “derecho a morir con dignidad” es una decisión privada entre una persona y su médico. Creen que el suicidio asistido permite a las personas tener el control que desean durante los últimos días de sus vidas.
Esta opinión fue expresada por la senadora Emma Kerr-Carpenter (demócrata), quien dijo que el estado debería “permitir que las personas recurran a los médicos para ayudarlas en la forma en que eligen dejar este mundo”.
En su alegato, intentó presentar el suicidio asistido como algo “pacífico” y “estructurado”, un acto de misericordia que beneficia tanto a los pacientes como a sus familias. Ella afirmó que negarle esta opción al paciente y a sus familias es “dejarlos sufriendo y sin salida”.
Esta retórica y sus promesas vacías de una muerte pacífica sin consecuencias fueron fuertemente rechazadas por el Senador Carl Glimm (R), el patrocinador de la SB 136, y varios otros senadores.
El Senador Daniel Emrich (R) explicó que, si la legislatura permite que prevalezca la comprensión actual, está abogando por una mentalidad peligrosa. “Les estamos diciendo que no son dignos de estar en esta tierra”, dijo. “Que deberían simplemente irse porque son inconvenientes. Que tienen alguna discapacidad o dolencia o simplemente no los queremos más porque se están consumiendo”.
El Senador Emrich expone la hipocresía y la mentalidad cancerosa del suicidio asistido. En lugar de ofrecer cuidados paliativos, que respetan la dignidad humana a través de medios morales que buscan mejorar la calidad de vida de los pacientes y sus familias que enfrentan los problemas asociados con la edad, la discapacidad o una enfermedad potencialmente mortal, el gobierno y los proveedores de atención médica, las mismas instituciones que deberían proteger a los vulnerables del abuso y la coerción, están fomentando la muerte "voluntaria".
Incluso los pacientes que enfrentan la pobreza, la soledad o una enfermedad mental, pero que no padecen una enfermedad terminal, son alentados de esta manera.
¿A dónde conduce esta tendencia? Si podemos terminar con las vidas de los enfermos terminales, ¿por qué no extender la misma "misericordia" a aquellos que mueren lentamente por enfermedades debilitantes? ¿Qué grado de senilidad o discapacidad física y cognitiva se establecerá como el punto en el que una persona merece morir? No hay fin para esta pendiente resbaladiza. "Simplemente seguirá creciendo y creciendo", dijo el senador Glimm.
Esta votación del Senado de Montana fue un gran obstáculo. A continuación, la SB 136 pasará a la Cámara de Representantes del Estado de Montana.
Si la Cámara de Representantes del Estado la aprueba y el gobernador Greg Gianforte (republicano) la firma, la SB 136 cerrará el peligroso vacío legal creado por el Tribunal Supremo del estado y ayudará a restablecer la confianza entre los pacientes y sus médicos.
La dignidad fundamental de una persona, la raíz y la base de sus derechos, nunca se pierde ni se ve disminuida por la edad, la enfermedad o las discapacidades físicas o mentales. Por eso la expresión “morir con dignidad” es engañosa, ya que implica que una persona puede perder su dignidad debido a una enfermedad o vulnerabilidad.
La SB 136 protegerá a las personas vulnerables de Montana de ser coaccionadas, al mismo tiempo que abogará por y brindará verdadera compasión y atención a los que sufren y están muriendo, brindándoles el consuelo, el apoyo y el acompañamiento humano que realmente respeta y protege la dignidad de la vida humana.
La sacralidad de la vida humana.
En su histórica encíclica Evangelium Vitae de 1995, el Papa Juan Pablo II dijo: “Nos enfrentamos a un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la vida y la muerte”. Identifica las fuerzas opuestas como la “cultura de la vida” y la “cultura de la muerte”. La primera se basa en todo lo que es verdadero, bueno y bello, mientras que la segunda se basa en la falsificación y la ilusión, el mal y lo profano.
Nadie es inmune a estas realidades que definen y gobiernan nuestro enfoque de la vida. “Nos encontramos no sólo “enfrentados” sino “en medio” de este conflicto”, dice el santo pontífice, pero “todos estamos involucrados y todos compartimos en él, con la ineludible responsabilidad de elegir ser incondicionalmente pró-vida” (Nro. 28).
Una cultura que celebra y honra la sacralidad de cada vida humana no surge simplemente de manera independiente. Se realiza y crece cuando la sociedad está equipada, alentada e inspirada para ver a cada persona, en cada etapa y en cada circunstancia, como una persona hecha a imagen de Dios (Genesis 1:26).
Aquí los enfermos, los ancianos, los moribundos y los discapacitados físicos y mentales encuentran verdadero acompañamiento, amor y cuidado. Las mujeres vulnerables encuentran apoyo. Los niños nacidos y no nacidos son vistos como bendiciones, no como cargas.
Los pobres y necesitados son atendidos. En otras palabras, cada hogar, comunidad y sociedad son refugios para los vulnerables donde nadie pasa desapercibido ni es olvidado.
Las ideologías anti-vida, por otro lado, erosionan el respeto de la sociedad por la vida humana al deshumanizar a las personas. Aquí los vulnerables, indefensos e invisibles son tratados como prescindibles. El Papa Francisco denuncia esta “cultura del descarte” (Laudato si’), que implica una mentalidad y una visión del mundo que descarta a las personas en función de algún valor cuantificable arbitrario.
En este marco, no sólo vemos el asesinato de niños inocentes antes de nacer, sino también la aceptación e incluso la exigencia de la eutanasia y el suicidio asistido. Esto ocurre porque se considera a la persona humana como algo más entre otras cosas, en lugar de alguien, un ser con un valor incomparable. Pero los cristianos ven la vida y la persona humana de manera diferente.
Como dice el Papa Francisco en Laudato si’,
El pensamiento cristiano ve a los seres humanos como poseedores de una dignidad particular por encima de las demás criaturas. Así, inculca la estima por cada persona y el respeto por los demás. Nuestra apertura a los demás, cada uno de los cuales es un “tú” capaz de conocer, amar y entrar en diálogo, sigue siendo la fuente de nuestra nobleza como personas humanas (Nro. 119).
Esta comprensión adecuada de la dignidad humana “que todo hombre y mujer es creado por amor y hecho a imagen y semejanza de Dios (Genesis 1,26) que no es simplemente algo, sino alguien” (Laudato si’, Nro. 65) da forma a nuestro enfoque y a nuestras decisiones. La cultura del descarte se integra y se consagra en la cultura, las leyes y las políticas públicas de la sociedad.
Como una persona nunca pierde su dignidad (no depende de su etapa de desarrollo, tamaño ni rendimiento físico o intelectual), siempre y en toda circunstancia debemos mostrar reverencia y respeto hacia cada persona.
En cambio, una “cultura del descarte” no solo no respeta la dignidad humana, sino que también promueve la irresponsabilidad hacia el prójimo, como lo experimentamos en el aborto y la eutanasia.
Aquí, las madres y los padres matan a sus hijos, los médicos matan a sus pacientes a quienes tienen el deber de defender y servir, y los gobiernos usan su poder para promover la violencia contra ciudadanos vulnerables a quienes se supone que deben defender, decidiendo arbitrariamente quién tiene valor y quién no.
Amanda Achtman, afiliada de Vida Humana Internacional, organizó la “Misa de su vida” para un hogar de ancianos con hermosa música y una recepción posterior. Trajo tanta esperanza y alegría a estos residentes, muchos de los cuales solo podían asistir a misa una vez al mes en el hogar, que el director decidió convertir este evento en una actividad habitual.
Solución.
El énfasis de nuestra sociedad en la “elección” y el “control” como base de la libertad de la humanidad no es más que una ilusión, construida sobre arenas movedizas. La cultura de la muerte prospera gracias a esta ilusión, condicionando a las personas a pensar que una vez que pierden el control o si su “libertad” de elegir se ve frustrada, de alguna manera la vida simplemente no vale la pena vivirla; la vida no tiene valor.
Pensamos que nosotros mismos o los demás somos menos humanos, indignos de vivir. Esta mentalidad ha creado una “cultura del descarte” que genera las ideologías anti-vida del aborto y la eutanasia que amenazan la dignidad humana.
La mentalidad de una “cultura del descarte” tiene amplias implicaciones, influyendo en los lentes a través de las cuales vemos la vida y a la persona humana. Entonces, “cuando el hombre pierde su humanidad”, pregunta el Papa Francisco, “¿qué podemos esperar?”
El Santo Padre dice:
Lo que ocurre es lo que yo llamaría en el lenguaje corriente: una política, una sociología, una actitud de “descarte”. Se descarta lo que no sirve, porque el hombre no está en el centro. Y cuando el hombre no está en el centro, otra cosa está en el centro y el hombre está al servicio de esta otra cosa. Se trata, pues, de salvar al hombre, en el sentido de que vuelva al centro: al centro de la sociedad, al centro del pensamiento, al centro de la reflexión. Devolver al hombre al centro.
Hoy estamos inmersos en una batalla espiritual: un bando defiende una visión basada en la belleza del amor y el otro se opone a este amor, socavando el florecimiento y el desarrollo humanos auténticos. Esta batalla se libra a plena vista y se manifiesta en las decisiones que tomamos: ya sea construyendo vidas moldeadas a nuestra imagen o vidas construidas sobre la fidelidad a los mandamientos de Dios y en gratitud a Aquel a cuya imagen hemos sido creados. Lo que se ha vuelto cada vez más claro es que la batalla se está intensificando. ¿Cuál es la solución? ¿Cómo sabemos el camino a seguir?
El Catecismo de la Iglesia Católica ofrece la solución a este problema, recordándonos que el Verbo se hizo carne “para salvarnos, reconciliándonos con Dios, para que así pudiéramos conocer el amor de Dios” y “para ser nuestro modelo de santidad” (Nros. 457-459).
La conversión inicial no está en la sociedad o dentro de las instituciones, sino en nosotros mismos, donde la tentación de deshumanizar y descartar a los vulnerables puede tener raíces profundas.
Por el amor del Padre celestial revelado en el Amado, que se hizo hombre para redimirnos y sanar la relación rota entre nosotros y el Padre, “nunca debemos permitir que la cultura del descarte entre en nuestro corazón, porque somos hermanos y hermanas”, dice el Papa Francisco.
El amor es una Persona Divina (Juan 4,8), que “nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (Juan 4,10); por eso, “amémonos unos a otros, porque el amor es de Dios”. Porque “todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (Juan 4,7).
En otras palabras, cuanto más conocemos este amor revelado en Cristo, Aquel que pagó el precio por nuestra salvación, más conocemos el amor y crecemos en el amor. Llegamos a entender mejor qué es el amor y cómo compartir ese amor sin límites con cada persona. En otras palabras, amar a alguien es querer su bien, hacer lo que es bueno para él. En esta guerra cultural, nos enfrentamos a visiones muy diferentes: la verdad y la mentira, el bien y el mal, el amor y el odio, la belleza y lo profano. Crear una Cultura de la Vida es una tarea ardua y a veces puede parecer inalcanzable, pero debemos recordar que la fe de Cristo venció al mundo. “¡Ha resucitado!” (Mateo 28,6). Aquel que comparte nuestras alegrías y nuestros trabajos es “el camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6), y nos acompaña. No estamos solos en el camino de la vida. Cristo camina con nosotros. Nos muestra el camino, comparte nuestros esfuerzos y es la fuente de nuestra fuerza.
La batalla inicial se libra en el corazón humano, pues “el que está en Cristo es una nueva criatura”, dice San Pablo, y “las cosas viejas pasaron” (Corintios 5,17). Una vez que nuestros corazones han sido conquistados por Cristo, surgen cosas nuevas que se expresan en la construcción de la sociedad en la que vivimos.
Esta nueva vida se manifiesta en la cultura. Es el punto de apoyo sobre el que se apoya la Cultura de la Vida. Por eso, esta batalla entre fuerzas opuestas es espiritual. Su victoria se obtendrá cuando cada corazón se convierta a Cristo.
En nuestro esfuerzo por realizar plenamente la Cultura de la Vida, es posible que a veces nos desanimemos por los reveses, pero busquemos consuelo en el mensaje final del Papa San Juan Pablo II, un hombre que dedicó su vida al servicio de Dios y del prójimo:
Como don a la humanidad, que a veces parece desconcertada y abrumada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo, el Señor Resucitado ofrece su amor que perdona, reconcilia y abre de nuevo los corazones al amor. Es un amor que convierte los corazones y da paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Misericordia Divina! Señor, que revelas el amor del Padre con tu muerte y resurrección, creemos en ti y hoy te repetimos confiados: Jesús, en ti confío, ten misericordia de nosotros y del mundo entero (3 de abril de 2005).
Como presidente de Human Life International, el Padre Shenan J. Boquet es un destacado experto en el movimiento internacional provida y familia, habiendo viajado a casi 90 países en misiones provida durante la última década. El Padre Boquet trabaja con líderes provida y profamilia en 116 organizaciones que se asocian con Vida Humana Internacional para proclamar y promover el Evangelio de la Vida.
Lea su biografía completa aquí.
https://www.hli.org/2025/02/montana-and-euthanasia/