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Inicio Publicaciones Columna HLI Menos hijos que nunca antes (2/3)

Menos hijos que nunca antes (2/3)

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Padre Shenan J. Boquet
Presidente
Human Life International

Donde está Dios, allí hay fecundidad

Como ya ha señalado el Dr. Johnson, demógrafo, los sombríos datos estadísticos de EEUU en relación con su baja tasa de natalidad no son nada inusual. Al contrario. El especialista dijo al New York Times acerca de los últimos datos publicados por los CDC: “Se trata de un cambio importante. Pero no es un cambio que nos haga extraordinarios. Nos está haciendo más parecidos a otros países ricos. En cierto sentido, nos está haciendo más normales. Así están Canadá y los países de Europa Occidental”.

Supongo que la intención del Dr. Johnson fue que su afirmación nos hiciera sentir confortables. Pero el hecho es que tiene toda la razón en cuanto a que los nuevos datos apuntan a una nueva “normalidad” en todo el mundo desarrollado. En muchos países europeos, el número de muertes hace rato que es mayor que el de nacimientos, y no pocos de esos países tienen tasas de natalidad bastante por debajo de la de EEUU.

Algunos políticos y economistas están comenzando a despertar ante las terribles consecuencias económicas que las disminuyentes poblaciones están creando. Sin embargo, mi propia preocupación es la crisis espiritual que ha precipitado la crisis demográfica. De hecho, aquí es donde los demógrafos se equivocan. La razón por la cual la tasa de fertilidad de EEUU no está volviendo a aumentar es mucho más profunda que los efectos que todavía quedan de la reciente y breve recesión económica. La raíz no es un problema económico. Es un problema del corazón y es un problema teológico.

En una homilía en 2017, el Papa Francisco abordó este tema directamente: “¡Llenen la tierra, sean fecundos! Es el primer mandamiento de Dios”, dijo el Santo Padre. Y luego añadió: “Donde está Dios, hay fecundidad. Me vienen a la mente algunos países que han elegido el camino de la infertilidad y sufren de esa mala enfermedad que es el ‘invierno demográfico’. Sabemos cuáles son, no tienen hijos”.

Que haya países “vacíos de hijos no es una bendición”, se lamentó el Papa. “Porque la fecundidad es siempre una bendición de Dios”. Al concluir su homilía, el Santo Padre lanzó las siguientes preguntas: “¿Cómo está mi corazón? ¿Está vacío? ¿Está siempre vacío o está abierto a recibir y a dar la vida continuamente? ¿O será un corazón que permanece preservado como un objeto de museo que nunca se ha abierto a la vida ni a dar la vida?”

El Papa Francisco tiene razón. Los hijos son una bendición de Dios. El hecho de que a muchos matrimonios ya no les interese tener hijos e impiden tenerlos deliberadamente es un signo – como advirtió el Santo Padre – de que los corazones de muchos en el mundo occidental se han convertido en objetos de museo. Muchos corazones se han convertido en corazones de piedra y no de carne.

Hoy en día, en vez de abrir los corazones a una nueva vida, muchos matrimonios prefieren proteger su amor celosamente. Ven a los nuevos hijos como una amenaza a su relación, a su bienestar personal o a su autonomía.

Lo que estos matrimonios no entienden es que, como dijo Santo Tomás de Aquino, el amor es por naturaleza  difusivo de sí, tiende a extenderse por todas partes. El amor es un fuego, tiende a difundirse y debe difundirse para poder vivir y ser saludable. Muchos matrimonios pronto se dan cuenta, después de mucho dolor, que al sofocar la naturaleza fecunda y co-creadora del amor romántico, también han sofocado el amor mismo. El resultado es la desilusión y el divorcio. Esta es la razón por la cual he dicho que la crisis demográfica es un problema del corazón.

También es un problema teológico, porque la fuente principal del amor es Dios, Quien es el Amor Mismo. Sin embargo, en el mundo desarrollado hemos echado a Dios fuera, tanto de la vida pública como de la vida privada. Las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor son los signos más seguros de la presencia de Dios en nuestros corazones. Estas virtudes también están interrelacionadas. Sin fe en el Dios viviente, la esperanza muere y el amor se marchita. Sin la virtud teológica de la esperanza – la seguridad firme de que al final todo funcionará para el bien, y de que nuestro destino es la felicidad plena – nuestros miedos nos abruman.

Muchos matrimonios hoy en día están tan sobrecogidos por el temor, que todo lo que ven son los “riegos” que conllevan el tener hijos: las cargas financieras, las posibles enfermedades y sufrimientos, y sus propias limitaciones personales. Y sin el fuego abrasador de un generoso amor a Dios – y la inevitable experiencia del amor de Dios hacia ellos – muchos matrimonios solo pueden confiar en el amor humano. Entonces se dan cuenta de que el amor humano, separado del Amor de Dios, es pequeño y falible. Sin la experiencia del amor infinito de Dios, muchos matrimonios simplemente ya no perciben el sentido o la atracción de la fecundidad.

 

Continuará.

 

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