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Haz nuestro corazón semejante al Tuyo

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Autor: Miguel Manzanera, SJ

En el calendario de la Iglesia para este año 2015 el 18 de febrero se inicia el tiempo litúrgico de la Cuaresma o sea los cuarenta días que anteceden a la Semana Santa. Como ya es habitual el Papa ha enviado un mensaje cuaresmal, esta vez con el título “Fortalezcan sus corazones” (St 5,8). Para que vivamos más profundamente ese tiempo de penitencia, de gracia, de conversión y de renovación tanto personal como eclesial, el Papa nos invita a la conversión del corazón. Hay muchos cristianos que viven con el corazón cerrado frente a Dios y frente a los demás hombres. Francisco califica esa actitud egoísta como “indiferencia”, que actualmente se ha extendido culturalmente hasta el punto de poder diagnosticar una “globalización de la indiferencia”.

La actitud de indiferencia nos lleva a preocuparnos únicamente de los problemas nuestros o los de un círculo cerrado de personas cercanas. Incluso cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, fácilmente nos olvidamos de los demás y nos despreocupamos de los problemas e injusticias que sufren. Esta indiferencia muestra que desconocemos al verdadero Dios cuyo amor a nosotros le impide quedar indiferente a lo que nos sucede. La indiferencia es una tentación del demonio, también para los cristianos. Por eso en cada Cuaresma necesitamos oír el grito de los profetas que levantan su voz y nos despiertan.
 

Los cristianos debemos considerar estos cuarenta días como “un tiempo de renovación para la Iglesia, para las comunidades y para cada creyente. Pero sobre todo es un tiempo de gracia” (2 Co 6, 2). Dios no nos pide nada que no nos haya dado antes: Nosotros tenemos que amarnos porque Él nos amó primero (1 Jn 4, 19). “Él no es indiferente a nosotros. Está interesado por cada uno de nosotros, nos conoce por nuestro nombre, nos cuida y nos busca cuando lo dejamos”. Dios no es indiferente al mundo, sino que lo ama hasta el punto de entregar a su Hijo por la salvación de cada hombre. Jesús, encarnado en el seno de la Virgen María, a través de su muerte y resurrección nos abrió definitivamente la puerta entre el cielo y la tierra.
 

Sin embargo, el mundo tiende a centrarse en sí mismo y a cerrar esa puerta. Pero la Iglesia tiene la misión de mantenerla siempre abierta mediante la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y el testimonio de la fe que actúa por la caridad (cf. Ga 5,6). No es de extrañar que la Iglesia sea rechazada, aplastada o herida por las fuerzas del mal.
 

El Papa hace unas propuestas al Pueblo de Dios para renovarse y superar la indiferencia. En primer lugar el cristiano debe ser consciente de que forma parte de la Iglesia de los santos que viven ya la presencia de Dios. Ellos vencieron la indiferencia, la dureza del corazón y el odio y ahora participan de nuestra lucha y de nuestro deseo de paz y reconciliación. Debemos unirnos a ellos en la oración.
 

Pero, además, el creyente no puede olvidar la pregunta “¿Dónde está tu hermano? (Gn 4,9)”, referido en primer lugar a la parroquia y comunidad de la que forma parte. Por eso debemos preguntarnos si dentro de la Iglesia tenemos la experiencia de formar parte de un solo cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar, que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños y se hace cargo de ellos ¿O preferimos refugiarnos en un vago amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (cf. Lc 16,19-31).
 

Por otra parte Francisco insiste en que toda comunidad cristiana es misionera y por lo tanto está llamada a cruzar el umbral y relacionarse con la sociedad que la rodea, con los pobres y los alejados. “Si un miembro sufre, todos sufren con él (1 Co 12,26)”. El cristiano es aquel que permite que Dios lo revista de su bondad y misericordia, que lo revista de Cristo, para llegar a ser como Él, siervo de Dios y de los hombres. Por ello el Papa anima a fortalecer nuestros corazones (St 5,8). Como individuos sentimos la tentación de la indiferencia. Estamos saturados de noticias e imágenes tremendas que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, experimentamos toda nuestra incapacidad para intervenir. ¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia?
 

Francisco subraya la importancia de la oración. Propone reservar 24 horas para el Señor en toda la Iglesia y también a nivel diocesano. Al mismo tiempo nos invita a ayudar con gestos de caridad tanto a las personas cercanas como a las lejanas, utilizando los numerosos organismos de caridad de la Iglesia. Recomienda acercarnos a los hermanos sufrientes. Ellos nos hacen ver nuestra propia fragilidad y la necesidad de la ayuda de Dios y de los hermanos. Así podremos resistir a la tentación diabólica que nos hace creer que nosotros solos podemos salvar al mundo y a nosotros mismos.
 

Para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia tenemos que vivir la Cuaresma como un camino de conversión del corazón. Quien quiere ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu de misericordia que nos guía por los caminos del amor hacia quienes necesitan de nuestra solidaridad. En definitiva, hay que pedir a Dios un corazón pobre que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro.
 

No es fácil llegar a eso. Por eso el Papa nos invita a unirnos en la oración con la jaculatoria ¡Haz nuestro corazón semejante al tuyo!, tomada de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús, modelo del corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, para no encerrarse en uno mismo y para no caer en el vértigo de la globalización de la indiferencia. Termina Francisco prometiendo orar por todos y pide también oraciones por él.