Querida Familia de HLI,
La sociedad está comprometida en una batalla por su propia existencia. Mientras las naciones de todo el mundo se mueven hacia una mayor inestabilidad económica y social, muchos parecen estar confundidos o quieren ocultar la causa fundamental de esta crisis cultural.
En dejando de lado los principios éticos que nos han sostenido durante miles de años, y que han producido las sociedades fuertes y vibrantes, la humanidad está navegando por un camino no sólo de la decadencia moral, sino de la insostenibilidad económica.
de la indisolubilidad de la alianza matrimonial, y el rechazo
generalizado de una ética sexual responsable y madura basada en
la práctica de la castidad, han dado lugar a graves problemas
sociales que conllevan un inmenso costo humano y económico.
Siendo que fuertes corrientes del liberalismo progresista vilipendian a la familia tradicional e intentan redefinir el matrimonio legalmente, se convierte en nuestra obligación moral el estar en contra. El Santo Padre lo llama una cuestión de justicia ya que toda la humanidad se ve afectada por esta desestabilización. El conjunto de la sociedad, incluidos los derechos de padres e hijos, se ven amenazados y nadie tiene derecho a causar una miseria generalizada y las dificultades económicas que inevitablemente siguen con la destrucción de la familia.
Algunos nos quieren hacer creer que la sociedad está en mejor situación mientras va dejando atrás sus tradiciones religiosas y morales. ¿Pero estamos realmente mejor como sociedad? En algún momento éramos capaces de dejar nuestras puertas abiertas mientras dormíamos, nuestras llaves en el encendido de nuestros coches. Caminamos por las calles de la ciudad sin miedo, nos importaban nuestros familiares, enfermos y ancianos; hemos confiado nuestros hijos a los maestros, vecinos y amigos sin miedo. La fidelidad en el matrimonio era honrada y se manejaba bajo una normativa, los niños eran apreciados, deseados y educados en un hogar estable guiados por sus padres y madres, abuelos, tías y tíos. Las escuelas eran un ambiente seguro de aprendizaje moral y académico, y la honestidad e integridad era esperado de todos los ciudadanos.
Ahora bien, en gran parte del país necesitamos cada vez más policías para proteger las calles que solían ser seguras, y más cárceles para alojar a aquellos que han demostrado una incapacidad para vivir en armonía con los demás. Necesitamos miles de millones cada vez más en programas de bienestar social para las mujeres y niños que no tienen un hombre en casa para apoyarlos financieramente y poder demostrar a sus hijos lo que es la hombría auténtica y responsable. Y ahora nuestros hijos en las escuelas públicas muy caras están cayendo muy por detrás de sus pares internacionales sobre temas esenciales, mientras que se les enseña los valores de un anatema con respecto a los de sus padres.
George Washington entendía la importancia de la construcción de una sociedad formada en la virtud de la moral:
prosperidad política, la religión y la moralidad son soportes
indispensables. Sería en vano que un hombre reclame
tributo de patriotismo y luego labore para subvertir estos
grandes pilares de la felicidad humana, estas columnas
firmes de los deberes de los hombres y de los ciudadanos.”
Sin embargo, estas bases tan apreciadas de la sociedad están en peligro y las estructuras que dan lugar a tales valores se encuentran bajo escrutinio grave y de desecho.
¿Quién iba a pensar que un presidente en ejercicio y su administración pondrían en entredicho la intención explícita de la Primera Enmienda en su defensa de la libertad religiosa? Para socavar la libertad de expresar esos valores esenciales para el bienestar de la sociedad es dar la bienvenida a la decadencia.
En un momento de la historia en la que la familia es objeto de muchas fuerzas que tratan de destruirla o de alguna manera deformarla, y conscientes de que el bienestar de la sociedad y para su propio bienestar está profundamente vinculado al bien de la familia, la Iglesia percibe de una manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el designio de Dios para el matrimonio y la familia, asegurando su plena vitalidad y el desarrollo humano y cristiano, y así contribuir a la renovación de la sociedad y de los hijos de Dios. (Familiaris consortio, n º 3)
Esa es nuestra tarea, hermanos. ¡Ánimo! Por la gracia de Dios podemos construir familias y comunidades de fe y con virtudes, y con nuestras vidas demos testimonio de lo que una sociedad sana es.
Traducido por Nancy Tosi, Colaboradora de HLI